martes, 7 de diciembre de 2010

Un corazón de madera (Relato)


Vi un corazón, lo vi. Era pequeño, como de madera y de color oro. ¿Le dí un abrazo a Sofía? –se preguntó-. La mañana interrumpió lo mejor. El sol de septiembre avisaba en la persiana que eran las 7:30 y es justo el momento para levantarse. Se arregló para irse a trabajar. Sofía trabaja en el mismo recinto solo que en diferente departamento. Siempre se veían en las escaleras, en la cocina o a veces, se cruzaban en los pasillos.

Ella siempre le tenía preparada una sonrisa que él a veces no sabía ni qué hacer. Los mensajes por Facebook, correos, chateos, mensajitos por celular, siempre fueron los instrumentos de comunicación que elevaba la complicidad. Cuando salían, intercambiaban risas, opiniones, sentimientos, libros, películas y a veces hablaban de enfermedades, sueños torcidos y alguno que otro fetiche que se les ocurriera. A veces, Diego no entendía qué diablos decía Sofía. Ella era inteligente, académica, con grandes honores, viajada y vivida. Eso le llamaba mucho la atención pese a que lo intimidara porque Diego era: “un patojo de su casa”. Había pasado muchas crisis, enfermedades y líos legales con su familia. Para lo que menos tenía tiempo era para involucrarse con alguien, aunque a veces le atacara la soledad. Su antigua novia lo dejó por esa inestabilidad familiar. Él se quedó solo. Se convirtió en un erizo. Y mujeres nunca le faltaron pero se sentía como un inválido; “mercadería dañada” es la expresión que oyó.

La insistencia de Sofía a tomar una taza de café a algún lado, le ganó, a pesar que no se sentía listo. Igual le llamaba la atención que una mujer tan exitosa se acercara con algo más que una simple amistad. Ya sabía que Sofía había preguntado por él varias veces a amigos mutuos y le confesó a una amiga cercana a Diego, sin saberlo ella, su interés por él. Tantos clavos, tantas barreras impuestas que bloquean felicidad. Además teníamuy presente esa famosa frase de No querer con desgano.

La atención hacia Diego en los meses subsiguientes aumentó poco a poco y se conocieron gracias a los milagros del internet. De alguna manera, ella seguía esperando alguna acción o gesto que le asegurara, que Diego estaba interesado en una relación. Un día fueron al cine con otros amigos y se sintió cómodo a pesar del espacio que robaban los otros invitados. Diego decía sí a todas las invitaciones y le encantaba estar con ella aunque sea con extra compañía. Después de varias salidas tuvo la osadía de ordenarle que se juntaran en algún lugar, sin siquiera preguntarle si podía o no. A ella le encantó eso. Obtuvo su señal. Al parecer ya se había decidido. Ese fin de semana que salieron, pero no pasó nada y todo terminó en un abrazo. -¿Qué diablos me pasa se decía?, ¿Por qué no quiero?, ¿Por qué no me lanzo?. Siguieron saliendo a pesar de todo. Una noche ella lo invitó a una fogata. Amigos y conocidos tiraron todas las cosas que nos les servían. Cuando la fogata terminó, ella fue a su auto y Diego la seguía. Él se detuvo y levantó del suelo un pequeño corazón de madera que interpretó como una señal para ambos, y se recordó de ese detalle.

El interés empezó a marchitarse. Diego seguía petrificado. Se preguntaba cómo alguien como ella se podía fijar en él. Sofía perdió la esperanza. Su ego como mujer estaba siendo herido y empezó a alejarse. Dejó de ponerle atención, ya no le escribía. Diego, sin notarlo, empezaba a escribirle más seguido. Sofía, sin embargo, apartó sus pasiones y empezó a tratarlo como un amigo. Con la llegada de las vacaciones, y con un viaje que ella tenía programado, él le diría lo que sentía en un final dramático antes que se fuera. Lo tenía todo planeado: se juntarían unos días antes a platicar y aprovecharía el momento para confesarle sus sentimientos. Pero de pronto llegó un mensajito de texto cancelando la cita.

Cuando regresaron de las vacaciones, algo cambió en ella. Diego siempre llegaba al cubículo de Sofía para saludarla. Él la notó fría. No sabía que ella ya había decidido hacerlo a un lado porque no sentía nada por él y le dolía que Diego no se diera cuenta de las falsas esperanzas que él le dio cuando salían. Diego se dio cuenta de su actitud tajante y del mal trato. Igual no aguantaba las ganas de decirle que la extrañaba y que quería estar con ella.

-Quiero hablar contigo, le dijo Diego una tarde. Ella sabía lo que significaba aunque esa petición la asustó, porque nunca pensó que se atrevería, y ahora, ya para qué. Al salir de la jornada de trabajo ambos se fueron caminando hacia carro de ella estaba parqueado. El le entregaría el corazón de madera que encontró aquella noche de la fogata y aprovecharía para decirle todo lo que él sentía unos meses antes.

Lo que él no sabía era que al entregarle el pequeño corazón y confesarle sus sentimientos ella lo rechazaría y solamente le devolvería: un abrazo de despedida.

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