domingo, 11 de diciembre de 2011

ENTRE EL MAR Y LAS OLAS


Estar frente al mar y ver cómo las olas llegan a tus pies es casi como sentir que el mismo Jesús los lava. Es una pequeña muestra de lo humilde que puede ser la naturaleza. Lavar tu suciedad para empezar de nuevo. Meterse al mar y dejarse llevar por su imenso espíritu en ese vaivén reconfortante de alivio metafísico, como una confesión directa a las alturas.

La playa es un comienzo. Como el premio de la prueba superada. Su color azul o celeste, es el reflejo de la nobleza de un amigo que te da un consejo de iniciar cualquier conquista. Darle gracias al mar por estar ahí, porque estuve ahí, porque sigo ahí. Me dice que todo ha sido olvidado y que ya todo pasó. Me dice que Buda está orgulloso y que hasta me regalará una reverencia cuando me vea. Que el futuro me espera. Que corra con ella. Que me la lleve. Juntos.

Nunca le había tenido tanto aprecio al Mar. Siempre fue miedo, angustia y terror. Hoy todo es diferente. Es un reto competir con su inmensidad. Alcanzarla y superarla. Me invitó. El color de mis ojos cambió en cada segundo de su contemplación. Dejaron de ser cafés para convertirse en intensas luces celestes. El premio del inicio de la vida. Gracias Mar por tu bienvenida.



Y sí, ese de la foto soy yo.