lunes, 27 de septiembre de 2010

UN JUGADOR UN APOSTADOR UN GANADOR (relato)


El poker es euforia contenida. Implosión atómica presurizada. Una emoción te delata y te destruye en un chasquido. Las apuestas son emocionates. Es esa victoria que se recuerda con una carcajada psicópata en la oscuridad de la noche y debajo de las cobijas. Como robarle una novia a alguien y después restregársela en la cara. A veces por una tarde y sólo a veces se puede tenerlo todo. Ser un bastardo ganador, que te odien por ser un triunfador.

Aparte de apostar en el póker, los caballos es otro vicio que me carcome. Incluso si lo hacés a manera de aficionado, definitivamente no hay nada como ganar. Explotar en total euforia y que todos en el momento de incredulidad juzguen tu "suerte" como una guasa cuando fueron ciertos momentos de reflexión para encaminar tu apuesta en el lugar correcto y GAAAANAAAARR. Esa sonrisa que se burla de la ignorancia, no tiene precio.

Solo me bastó el tiempo de una cagada aquel sábado por la mañana para saber a quién le apostaría. Monarchos acababa de ganar el Florida Derby previo al premio de Kentucky. Un gringo nos invitó a un grupo de amigos. El gringo que tenía como 30 años de vivir aquí y no abandonaba el acento norteamericano. Era un maestro de audiovisuales originario de Kentucky que dió clases a varias generaciones de universitarios. Todos los años aprovechaban ese fin de semana en particular para celebrar la carrera que había marcado su vida con el infaltable plato típico. Un caldo de pechuga de pollo sumergido en una salsa picante incomible, esa vez no estuvo tan picante. Como todos los primeros sábados del mes de mayo, invitaba a todos los alumnos de sus distintas universidades a compartir y apostar por el caballo de nuestra predilección. Claro, el chiste era convivir pero yo iba por varias cosas. El corazón de esa cualquiera y el dinero de la apuesta. Al fin había logrado que terminaran. Logré manipular sus sentimientos y decirle que su mejor opción era yo, que era mi devoción y demás pendejadas y gané. Hank Chinaski, el cartero, tiene una operación matemática infalible cuando apuesta en los hipódromos. Y le surte efecto. Hay que saber de matemáticas pero yo, evadí cualquier lógica numérica y dejé que el dinero me guiara. Al diablo el puto Hank.

Le aposté a Monarchos aquel 2001. 3-1 al ganador. Como dije su victoria en el Florida Derby un par de semanas antes me hizo pensar que volvería a realizar la estirada. Para asegurarme lo investigué internet en las páginas de deportes. El semental estaba en la primavera de su ferocidad como rocinante de carreras. Tenía 3 años era un caballo grisaseo con manchas negras en las patas, muy diferente a los antiguos ganadores de pedigree.

Llegué a la mesa donde estaban todos los canastos donde podías registrar tu apuesta. Sandra me estaba esperando. Me abrazó y me saludó con un beso en la mejilla. Acaba de terminar con su novio y el bastardo estaba como a 4 metros de nosotros. Con planta de indiferente. Me causó gracia. -¿Vas a apostar?, me preguntó la magadalena. -Claro, le contesté. -El año pasado también gané. El caballo se llamaba Hal's. -Qué pilas, me contestó. Apunté mi nombre y dejé mi apuesta simbólica en un canasto. Yo todo un apostador profesional dejé caer el dinero en la canasta con aquel desdén como si tuviera millones.

Ella y yo íbamos y veníamos. Un beso por aquí, otro por allá, a escondidas. El despechado nos veía con esa apatía de dolor reprimido. -Yo tengo tu trofeo- le decía con la mirada mientras me mofaba. Hermoso. La carrera empezó a las tres de la tarde en punto. Me levanté a la mesa de apuestas a traer mi trago y me di cuenta que el despechado había apostado a un pobre enclenque que estaba 12-1. Perro ingnorante.

En la recta final y con la euforia hasta el cielo, todos los asistentes gritábamos para que nuestro caballo ganara. Los últimos momentos fueron de puros gritos, alaridos hasta que Monarchos atravezó la línea de meta con 3 cuerpos de ventaja. Sandra me abrazaba y yo levantaba mis brazos en señal de victoria. Ella me adoraba. Solo otros dos más nos repartimos el premio. Qué te parece? le pregunté... -Sos lo máximo-, me dijo. Él, derrotado, el gran perdedor. Yo con trofeo y dinero. ¿Se puede pedir más? ¿Se puede tener todo?... por lo menos esa tarde. Si.