viernes, 16 de marzo de 2012

Y… EN-TON-CES…

Decidí hace, 7 ó 9 meses que me quedaría solo. Que conocer a alguien era cosa de otras personas. Me convencí que nunca era lo suficientemente promedio para tener novia. Así que tragué todo aquello, me desprecié como un par de zapatos usados de tercer dueño y tomé la decisión de olvidar mi corazón y denigrar su importancia como si fuera el apéndice de un indigente. Sabía que había hecho la lucha y fracasé. Así que recogí lo que quedaba de esa dignidad marchita o material defecado, lo hice un molote y empecé a arrastrarme para salir de aquella fantasía por mis propios medios.

Las musas pasadas que emergen de bruma contaminante, serían mis triunfos más celebrados en materia de amor. Cenizas en saco roto que con el tiempo se convirtieron en nada y que las seguiré arrastrando hasta el final. Quién sabe, algún día alguien me preguntará algo al respecto y al tirar ese polvo al piso se escribiría con belleza herrumbrosa la mejor historia de amor. Me pareció una decisión simple. Es agotador eso de conocer a alguien, invitar a citas que desde el principio, ya sabe uno que son aburridas. Hay que escarbar en nimiedades para asirse a un sentimiento que lleva a una relación insípida. Me convencí que prefería los polvos de porno de internet a estar con alguien que me agobie. Así que para evitar cagarme en la vida de alguien más, mejor lo mandé todo a la mierda y se lo dejé todo a Dios y que vea él, qué putas hace.

Empecé a culparme. A lo mejor pido mucho. ¿Pido mucho? Pero, si ya había decidido que era promedio y que me tenía que conformar con sobras. Y claro, después el conflicto: Ja, puta, yo soy yo y ningún cerote –incluso yo- sería lo suficiente mula para denigrarme o cambiarme de especie.


Sabía que ya había tirado mis mejores líneas con las que tuve como “novias”, que toda aquella energía de adolescente enamorado ya era cosa del siglo XX. Así que le diría adiós a todo esa “historia”. Oía a Sabina decir: Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

Así que renunciaría a las tardes de amor, de tomar manos, de enterrar mi nariz en su cabello, de besar manos, mejillas, frente y cuello. De perderme en el espacio del hombro y la oreja, extasiado entre el olor de su piel y su perfume. A romperle la columna de tantos abrazos. A decir: te extraño, te amo. Al: “Eres lo más importante en mi vida y te necesito”. A llorar de alegría porque al fin, significaría que soy algo valioso para alguien. A un beso que tenga principio, medio y final. A verla llorar, sentir su risa, su respiración, su ternura y sus gestos. A cómo pronuncia el: te amo. Renuncié, a sentir la sensación de secar sus lágrimas, de dibujar su rostro con mi mirada y grabarla con mis dedos. A la fantasía de escuchar música juntos, a la idea de perderme en cuerpo y alma en su mirada. A darle el gusto de dibujar mi cuerpo con sus caricias. A sentirme frágil y protegido entre sus brazos y así existir. A que un nosotros era inexistente, inimaginable, imposible y para siempre nunca.


Ya había aceptado todo eso…

Y, en-ton-ces... A-PA-RE-CIS-TE.