viernes, 11 de diciembre de 2009

EL SENSIBLE FALLECIMIENTO DE BIC (Relato)


Me gusta platicar con ella. Me captura con sus ocurrencias aunque a veces estén fuera de lugar. Tiene otros ángulos en sus conversaciones y aunque a veces no la entienda, la comprendo. Ojalá tuviera esa paciencia desde hace mucho. Y eso está bien, entender me mantiene humilde. Aaah los egos. Ese día tenía ganas de molestarla. Tengo ese don, espero que no sea una muletilla para caer bien. Necesito crecer o cambiar mis habilidades de convivencia; haré lo segundo. Prometo, algún día, tener formalidad. Como sea, subí a su oficina. Ella trabaja sola en su oficina. Tiene a Borges cual Cristo héroe en el altar. Necesito conseguirme uno, es decir, un héroe. No creo en los humanos y los héroes se me acabaron. Ella absorta en su trabajo. Yo gran shute, realicé un paneo inquisidor por su escritorio. Tenía su celular despedazado como si acabara de suicidarse tirándose desde 1 metro de altura. Quiero pensar que intentó salvarlo y que con las uñas intentó atraparlo rogando porque al pobre aparatejo le salieran sus manitas y se salvara aferrandose con fuerza a su dedo meñique. Las suposiciones son malas dicen todos, así que mejor pregunté.

-Qué le pasó a tu celular?
-Murió... me dice volteando la mirada y con ojos nostálgicos.
-Con razón yo te llamaba y no me contestabas.
-Lo voy a enterrar
-Así?

Me vino el recuerdo como rayo aquella vez que hice mi primer y único servicio funerario. Fue a un lapicero azul. Me acompañó por cuatro meses cuando estuve en un internado. En una clase al maestro se le ocurrió que todos teníamos que hacer un diario. El bolígrafo se convirtió en mi confidente. Fue mi medium para exorciszar traumas y abusos de los cuales era sujeto por medir 1 metro con 40 centímetros a los 13 años y pesar 80 libras. Cuando al fin me escapé del internado lo cuidé mucho. Estaba pendiente del bolígrafo, le tomé cariño. La tinta iba por la mitad. Nunca había tenido un lapicero que me durara tanto. Era terrible y emocionante ver como se consumía. Ha sido el únido que me he acabado en lo que llevo de vida. Cuando dejé de escribir en mi diario, el lapicero perdió su nivel de confidencia y se convirtió en otro más. Sabría que tarde o temprano se perdería. Es raro saber que pasó de confidente al desapego instantáneo en días. Se rompió la amistad creo. Sin embargo lo cuidé bien y el día final llegó. En abril dejó incompleta la palabra civilización en civil en mi cuaderno de estudios sociales. Lo guardé y no tuve tiempo para el duelo. El dictado seguía y me estaba retrasando, así que conseguí otro.

-¿De véras vas a enterrar tu celular? ¿Y dónde?
-No sé todavía, creo que en mi jardín.

Llegué a la casa y me dirigí al jardín. Allí desarrollaría el servicio funerario. Escarbé unos tres centrímetros de profundidad y saqué el lapicero con las dos manos. Lo deposité en la fosa con cuidado para no golpear el tapón. Lo cubrí con tierra y le puse un pedazo de azulejo como lápida para saber donde estaba. Corté una hoja de geráneo y se la puse encima para que supiera que lo extrañaría.

-No sabía que eras tan sensible hasta con las cosas.
-Me ha aguantado mucho el teléfono y no quiero comprar otro.

Vaya sensibilidad, me dije.

Recordé, cuando de niño cinco años talvéz, me recosté en el sofá y cuatro moscas volaban alrededor mío. Hasta hablaba con ellas. Henry, le puse a una, era la más juguetona y amistosa. Aterrizaba en mi mano y en mi nariz. Las cosquillas me daban mucha risa. A las otras cuatro les costó agarrar confianza pero pronto cayeron en el juego. No sé porqué ocurrió aquel jugueteo con esos insectos. Siempre me pregunté porqué pasó ese incidente con las moscas y la razón pronto aparecería. Por aquellos días no me gustaba bañarme y adopté la costumbre de hacerlo cada ocho días y me gustó pensar que como niño era amistoso, inquieto y afable, y para nada el monstruo en el que me he convertido. Hoy que ni se me acerque una mosca que la hago puré y aclaro me baño todos los días y a veces hasta en dos ocasiones.

-Siempre podés comprar un celular mejor, -insistí.
-No porque este me ha salido bueno y me gusta.

Las cosas que uno hace, pensé. Un par de meses después del fallecimiento del bolígrafo y sin nada qué hacer en la casa de mi papá, regresé al lugar donde yacía "su cuerpo". Pensé que estaría disfrutando del descanso eterno. Que como buen lapicero que nunca falló se fue al cielo. Me quedé pensando 10 segundos y después... Bah. Lo exhumé y lo tiré a la basura. Son babosadas -me dije, y mascullé para mis adentros... -¡Qué ridículo soy, al diablo con las cosas!.

2 comentarios:

Prado dijo...

Qué genial. Deberíamos enterrar el teclado cuando la pc deje de funcionar? ahora lo pienso.

Issa dijo...

Excelente historia aunque yo lo que trato de enterrar son mis memorias no gratas para perdonar y seguír viviendo junto amigos y familia que vale la pena tener cerca. Es mas fácil la convivencia y puedo seguir siendo yo ( creyente de la gente y juguetona) saludos!!!