jueves, 19 de febrero de 2009

SANARATE: BUSCANDO A MI PAPA


Un día aburrido. Y la llamada. Dorita… Dorita… -Sí dígame Neco, contestó ella. Mi madre lo sabía ya, eran los primero días de diciembre y mi papá no había llamado. -Fito anda “bolo” otra vez, dijo Neco. -Santo Cielo de Esquipulas pegando el brinco. -Yo intenté llevarlo a la casa –le decía- pero no quiso y se fue a la cantina a seguir chupando. Me pegó y se fue. Voy a ir dentro de un rato a traerlo, ya me dijeron los muchachos que allí está todavía. -Vaya Neco, ahorita vamos para allá, le dijo mi mamá. Yo tenía 18 y la tradición de ir a Sanarate, El Progreso a traer a mi papá alcoholizado iba a ser mía.

Andate con Edgar y se lo traen en la ambulancia del Centro de Salud. Voy a hablar con Doña Higinia para que le avise al patojo de la ambulancia y se vienen-dijo mi mamá con un tono entre decepción y emputada. Mis órganos internos pesaron más, sudor en la espalda y total decepción. Un trueno que cae de incredulidad, hasta los colores son más sensibles y hay más detalle en las cosas, ese efecto de la pupila que nunca entenderé; casi se me quitó la miopía. Porqué uno se siente tan sólo, tan únicamente desperdiciable, tan desgraciadamente afortunado.

Me empecé a vestir, resignado. Al fondo, mi mamá hablaba por teléfono con la doña de Sanarate. El silencio de alta frecuencia se hace tan ensordecedor. Las palabras de mi mamá eran como si la tuviera a la par. -Váyanse pues -dijo-. Se lo traen en camioneta porque no está el muchacho, anda por Sansare. Todo pesó, aún más. Vamos Allan, me dijo Edgar, viejo cabrón qué chinga. Edgar hay compran los octavos, -dijo mi mamá rabiosa- se traen la ropa del bolo de mierda ese, las llaves y el pisto que siempre lo tiene en el ropero.

Salimos de la casa y nos topamos con el mejor amigo de mi hermano Carlitos. -Vamos a Sanarate a traer a mi papá, otra vez se puso bien a verga, dijo Edgar. A la gran puta, replicó nuestro vecino de por aquellos años. Él también tenía un problema igual con su papá y su hermano que era bolo y coquero. Con los años tendrían que vender la casa porque el hermanito le debería unos 200 mil quetzales a unos narcos.

El viaje duraba como 10 años en la Guastatoya, pero en la Sanarateca duró 5. Edgar sabía más o menos por donde empezar a buscar. Yo lo seguía como perrito faldero. Él tenía incontables experiencias como “rastreador de bolos”, título relegado por tradición también de mi hermano mayor que se retiró de esa "profesión porque se casó". En eso me convertiría yo si la vida no me daba opciones claras. Es que no era la primera vez, era la enésima en 35 años. -Porqué me casé con ese bolo de mierda? –decía mi mamá. Así me decía Don Emilio (mi abuelo) replicaba encogida de hombros. Sigue con ese bolo, Dorita? Déjelo hombre búsquese otro. Siempre le encantó recordar los consejos de su suegro. Hubiera querido que Don Emilio fuera su papá en vez de tener al despreciable Don “Lanco” como su padre que también era alcohólico sólo que ese idiota era violento y verguiaba a mi abuela para después cogérsela con gusto. Puta que familia. Hasta hoy siento que nací en la familia equivocada.

Llegamos a Sanarate. Siempre consideré a ese pueblo como maldito. No tengo buenos recuerdos de ese municipio. Lo despreciaba por asociación. Al bajarnos de la camioneta y dirigirnos a la casa nos topamos con 5 bolos y uno más a tres metros de la casa de mi papá.

Lentamente entramos y empezamos a revisar. La casa estaba en shock, con ese silencio ensordecedor traducido a grito de alta frecuencia como quien reniega su abandono y al mismo tiempo pide ayuda. Nos entendíamos muy bien con esa casa. Había vivido allí unos 4 años atrás. Registramos las habitaciones y en el ropero encontramos 200 quetzales. Toda la ropa tirada, calzoncillos cagados, una vomitada en el inodoro, y miles de mosquitos que pegan el dengue caminando sobre el agua de la pila.

Mirá, -me dijo mi hermano-, voy a donde Neco para que me preste el teléfono y contarle a mi mamá. Prendé la tele, ya vengo. Cerró la puerta y después volvió a tocar. ¡Allan, Allan, vení! Salí corriendo. -¿Qué pasó?, dije, -Aquí afuera estaba tirado, ni lo conocí. Entrémoslo. -¿Dónde lo ponemos?, le pregunté asqueado. En la banca, me contestó, ni se va a dar cuenta. Lo colocamos como quien carga un pedazo de mierda en la mano. Olía a cigarro, guaro, sudor, etc, Ya vengo voy a llamar a mi mamá, no lo vamos a poder llevar en camioneta.
La puerta del zaguán se cerró como un trueno y yo me quedé contemplando al viejo que de niño me salvó la vida. Continuará…

5 comentarios:

Seletenango dijo...

Huy mano, de cierto modo me identifico con vos en muuuuuuuchas formas, me acabás de mostrar que a veces uno se siente solo con lo que atravieza en la niñez y juventud pero hay mas personas pasando por eso..... Estos sucesos nos enseñan en la vida y somos quien somos por esto, para bien o para mal, en tu caso para bien...a seguuir adelante y no dejar que esto se repita, como yo me lo pormetí un día a los 13 años. Un besote.

David Lepe dijo...

Que buen relato amigo.

el VERDE !!! dijo...

Puta vos... que antecedente, con razón sos tan sereno con el waro. Esperaré ansioso la segunda parte.

Gabriel Arana Fuentes dijo...

fuck, en todos lados se cuesen habas. La mierda es seguir adelate, no esta en neustras manos, cuesta entenderlo.

Vicdelcid dijo...

Mano, excelente terapia sacarlo de tu sistema escribiendo acerca de eso. Buen relato.