jueves, 11 de noviembre de 2010

UNA CAGADA DE GLORIA (Relato)

A eso de las tres de la tarde me daban unas ganas fastidiosas de ir a cagar. Pero era jodido. Jodido porque el baño de la oficina no tenía pasadores. Ni siquiera se podía sujetar la puerta con el pie para evitar que cualquier hijodeputa, la abriera solo para joderte y, gracias al susto cortara el cerote que, a duras penas, se asomaba por la vergüenza de ser sorprendido infraganti. Era una mierda. Pobrecito el cerote, digo. Lo paría uno como si cagar fuera culpa casi como un niño no deseado y luego lo abandonas a su suerte (tipo Moisés). Lo expulsás con tal desprecio debido a las prisas que, sin quererlo, podías causarle un esguince al esfinter. Además, era pizado porque, sí ya te habías resignado a evacuar en ese baño maloliente y te decidías a soltar la pedorrera previo a la cagada, en ese momento, en ese puto momento, entraba algún cabrón a lavarse las manos. Puuuta y el pobre intestino sufría de varias epilepsias… porque qué huevos que supieran que el pobre cerote que cagaba está malo del estómago. Inició pues, la búsqueda de un lugar limpio, ventilado y con cerraduras para poder cagar a gusto; casi se convirtió en una misión.

En la hora de la comida y antes de engullir como cavernícola, me tenía que lavar las manos. Pregunté a uno de los despachadores de los restaurantes del segundo piso, dónde podía lavarme y fue entonces cuando se abrieron las puertas del cielo. Sucede que a los trabajadores les dan una llave para que puedan acicalarse, evacuar sólidos y fluidos en un baño que, técnicamente, debería ser usado por todos. Pero la administración tenía la regla que era exclusivamente para ellos. Si los dependientes te veían con cara de desesperado te decían –No, joven no se puede- y no te daban la llave. Había que correr a la oficina esperar que no hubiera nadie para que no te chingaran o tener la suerte de que si les caías bien a los cuates, te la prestaran. Un día tuve la suerte que me la dieron. Los escusados rechinaban de blancura. Al ver esos baños tan limpios, preferí cagar en vez de comer. Era tal el delirio de la evacuación tan cómodamente que hasta soñaba con que una linda edecán de manos suaves se acercara a tu puerta y te decirte: -Buenas tardes joven, por favor, me permite limpiarlo?. Le informo que tenemos una gran variedad de talcos y aceites? A su izquierda tiene papel con doble protección y olor a fresa. Le comento que si sufre de estreñimiento tenemos disponible a nuestra especialista en masaje intestinal. Esa vez, salí realizado. Pensé que me había sentado en las rodillas de Dios porque la cagada fue milagrosa. Yo guardé ese secreto. No les dije a mis compañeros. No es agradable compartir asientos calientes o tibios con alguien que conocés. No sé, hay una complicidad incómoda que cuando se cruzan miradas por encima de los cubículos en las oficinas causa culpa y un poco de asco. Digo, es muy probable que en la vida se intercambien mujeres pero es remoto o casi imposible que uno se entere, pero el asiento del baño.. uff, por favor. De todas formas cada quien encontró esos baños como Indiana Jones cuando encontró el Santo Grial.

Un día de tantos, quitaron la estúpida regla y todos podían cagar a la hora que quisieran. Una vez bajé al segundo. Y para mi suerte uno de los dos baños estaba desocupado. El asiento estaba frío, o sea que todo bien. Le pasé un pedazo de papel a la orilla del escusado y dígome: -a cagar. Al poco tiempo entró un pobre cabrón que nos hizo tiempo al lavarse las manos primero (¿Quièn hace eso antes de...? -me dije) y como no salíamos -y que clavo esperar-, se fue con el intestino hecho un nudo. Después entró otro cuate, era de la oficina. Lo sabía porque conocía los zapatos. –Pobre cerote- me dije –ahora que se aguante. El cagador de al lado, dió por terminada su faena intestinal y haló la cadena. Al salir: ¿Qué onda Oscarito?¿Qué onda Edwin? Y las respectivas risas. -Pasá adelante vos. No pude evitar cárgame de la risa y claro, me oyeron. ¿Qué putas Rey? -¿Vos también estás aquí? -Sí cerote- contesté. Al fin terminè y salí. Me lavé las manos, obvio. En eso entró Alex. ¿Qué onda Allan? -Aquí vos firmando el depósito-, contesté riéndome. -Pasá adelante, -ledije-, el izquierdo está desocupado. Mirá, te dejé caliente el asiento. Por cierto, si querés platicar ahí está Edwin. Y en el fondo se escuchó -Pasá adelante chavo. -Órale gracias- dijo Alex. -Qué todo les salga bien jóvenes, dije y me fui.

5 comentarios:

David Lepe dijo...

extraído de la vida real, todo un reality

Prado dijo...

Sos un genio. Vi a Woody Allen haciendo realismo sucio. Qué mezcla: un Allan típico. Salud.

Purotushte dijo...

Como dijera un cuate, coger y cagar son las dos cosas más placenteras de este mundo. Sucede muy regularmente que, cuando tenés ganas de cagar y decís: me aguanto hasta que llegue a la casa, no habrá pasado ni quince minutos y ya lejos del chance, te das el lujo de correr al restaurante de comida rápida más cercano a tu disposición y comprar cualquier mierda con tal de dirigirte inmediatamente al cagadero, no importa nada, todo se vale, pero cuando te metés las manos al pantalón, ni un puto billete y parás suplicando que te “regalen” cualquier babosada que cueste menos de cinco pesos, al final vas a lo que vas y resulta que hay un talegazo de mara haciendo cola en la espera de utilizar el trono, mientras varios gases te rebotan en el estómago sin saber si sacarlo o no, por aquello que venga con premio, te lo tirás y te hacés el loco, es más, te le quedás viendo al cerote de la par como diciendo: este hijueputa se está cagando, sin reparar por obviedad que es precisamente a eso lo que va. Al final de los diez pisados en espera, te toca el turno y casi te orinás, te cagás y vuitriás al mismo tiempo, cuando al terminar y ya lúcido a punto de limpiarte, te das por enterado que el puto baño estaba cagado hasta el expendedor donde asumiste hasta ese momento, que aún había papel.

Unknown dijo...

Cagar fuera de casa siempre es una odisea incómoda, al menos para mí

Edwin Morales dijo...

Puta compadre, el cagadero del segundo, no se podía en ningún otro lado, no en paz.