Tengo la vista encendida. El sol revive a placer el azul del día. La gentil bruma esconde las montañas que asoman dibujadas en la distancia. Las hojas de los árboles se mueven en un vaivén microscópico donde el aire no existe. Los insectos vuelan sin un aleteo gratuito y brincan de flor en flor con temor a caerse. Un helicóptero rompe con esa paz fotográfica. Entra y se aleja de mi visión perimetral y cuando desaparece mis oídos lo siguen. El sonido de sus hélices escarba un amor profundo, intenso y doloroso que resuena 10 años después. A lo lejos un hombre se levanta lentamente. Listo para ser fusilado se pasa la mano por el pelo en señal de despedida. Ella baja la cabeza y esconde la mirada en su cabello mientras una lágrima cae como bomba atómica. Sus ondas de tristeza retumban un leve vaivén que mueve las hojas de los árboles. Él se aleja. Ella, inmóvil, no deja escapar un sollozo; sabe que su historia de amor llegó a su fin y que es hora de comenzar y reconstruir la fe.
Un viejo encorvado camina por la calle arrastrando piedras y todo tipo de memorias. Su rostro, destruido por la vida, descubre las expresiones mayúsculas de eternas preocupaciones. La muerte será quien lo abrace y le permita descansar; será pronto. Los rayos del sol acarician y son bondadosos. El aire ausente, sin ser extrañado, deja que un par de avispas vuelen en un cortejo propio del verano. Un carro transita lentamente. Su recorrido es parecido a un perfecto recuerdo de infancia, donde las preocupaciones solo existieron en el bolsillo de los padres reflejados en los escasos platos de comida. La quietud de un día de noviembre se resuelve con un frío acogedor por la tarde. Es entonces cuando recuerdo las caricias vitales y tibias de tus manos cuando recorrieron mi rostro. Tus ojos encendidos, despertaron mi ternura mientras cerraba los míos y pedía la muerte por felicidad como un premio, y que me era negada solamente porque eras mi refugio.
Un par de carros se detienen frente al parque. Ella baja con su hija y él baja anunciando un abrazo. Antes de sacar la comida, disfrutar de las viandas y tender la manta sobre el pasto verde encendido, le da un beso y tres nalgazos en señal de profundo amor y devoción. Todos reímos. Entran al parque a disfrutar de un día de paz de noviembre. Las nubes no se mueven. Levanto la mirada al sol y me saluda con un guiño.
Un viejo encorvado camina por la calle arrastrando piedras y todo tipo de memorias. Su rostro, destruido por la vida, descubre las expresiones mayúsculas de eternas preocupaciones. La muerte será quien lo abrace y le permita descansar; será pronto. Los rayos del sol acarician y son bondadosos. El aire ausente, sin ser extrañado, deja que un par de avispas vuelen en un cortejo propio del verano. Un carro transita lentamente. Su recorrido es parecido a un perfecto recuerdo de infancia, donde las preocupaciones solo existieron en el bolsillo de los padres reflejados en los escasos platos de comida. La quietud de un día de noviembre se resuelve con un frío acogedor por la tarde. Es entonces cuando recuerdo las caricias vitales y tibias de tus manos cuando recorrieron mi rostro. Tus ojos encendidos, despertaron mi ternura mientras cerraba los míos y pedía la muerte por felicidad como un premio, y que me era negada solamente porque eras mi refugio.
Un par de carros se detienen frente al parque. Ella baja con su hija y él baja anunciando un abrazo. Antes de sacar la comida, disfrutar de las viandas y tender la manta sobre el pasto verde encendido, le da un beso y tres nalgazos en señal de profundo amor y devoción. Todos reímos. Entran al parque a disfrutar de un día de paz de noviembre. Las nubes no se mueven. Levanto la mirada al sol y me saluda con un guiño.
2 comentarios:
Wow! cada vez me sorprendes mas.
HErmoso!!!
Qué talito... ¡Ni una sola mala palabra!
Qué poético Allancito. Me gustó esa estampa.
;o)
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